Mauricio Trujillo Uribe
Bogotá, 04 febrero 2021
La época
Habría que comenzar diciendo que en la década del Veinte, Colombia era un país con una economía cafetera en ascenso, con explotaciones de petróleo, oro y carbón en manos de compañías norteamericanas, y con extensas plantaciones de banano, tabaco y cacao, también en concesión a empresas norteamericanas. Era una producción destinada fundamentalmente a la exportación.
Se adelantaron las primeras obras de envergadura en carreteras y líneas de ferrocarril y se produjeron cambios en la organización del Estado: se reformaron o crearon el Banco de la República, el Ministerio de Hacienda, la Contraloría y el Banco Agrícola. Es también un período en el que llegan al país nuevas tecnologías como la radio, el alumbrado urbano y el tranvía eléctrico. Es la época de los primeros aviones y de un mayor uso de los carros a motor, e igualmente de importación de maquinaria nueva para la producción.
Este tipo de desarrollo se apalancó alrededor de cuatro ejes principalmente: el primero, lo que se ha llamado “la prosperidad al debe”, es decir, mediante empréstitos externos que endeudaron enormemente la nación; el segundo, con el pago de la mezquina y miserable “indemnización” por el rapto de Panamá; el tercero, por el incremento de las exportaciones de café, beneficiando principalmente a un reducido grupo de comerciantes y banqueros; y el cuarto, por las exportaciones mineras y agrícolas mencionadas anteriormente.
El país entró entonces, en los años Veinte, en un proceso incipiente de industrialización y de desarrollo de un cierto mercado nacional y financiero. Es decir, entramos en un proceso de modernización capitalista inicial, en algunas ciudades, porque en el campo siguió predominando en general un gran atraso, con una población rural sumida en su inmensa mayoría en extrema pobreza.
Todo lo anterior condujo a cierto grado de migración hacia las ciudades y de crecimiento urbano, y conllevó al nacimiento de la clase obrera del país. En esos años se incorporó por primera vez un gran número de mujeres al trabajo asalariado.
Todo esto también trajo cambios en las costumbres sociales, en la mentalidad de la gente y en la cultura. Colombia era un país con enormes diferencias sociales, de explotación, miseria y exclusión de las grandes mayorías, de ignorancia y tremendo atraso educativo. Era también un país en el que campeaba la incompetencia y la corrupción en el manejo del Estado ¡Como sucede en la actualidad!
En fin, fue una década muy agitada en la que se agudizaron las luchas campesinas e indígenas por la tierra, se conformaron las primeras organizaciones sindicales y populares, y estallaron grandes huelgas en diferentes departamentos y regiones. En lo político, hay represión sistemática de los movimientos sociales y se produce una creciente polarización de los actores políticos.
Es en este marco que surge el movimiento socialista en Colombia. Es decir, en razón de las condiciones internas propias antes descritas y también al calor de las ideas del Olimpo Radical colombiano[1] y de los imaginarios sobre la revolución agrarista mejicana, la gesta de Sandino de Nicaragua, el Trienio Rojo de Buenos Aires[2] y las noticias sobre la Revolución Rusa, entre otros sucesos internacionales.
En síntesis, se vivió un decenio en el que las disputas internas de los conservadores, las dificultades del liberalismo como partido y la emergencia del socialismo, dieron nuevos y cruciales giros al panorama nacional.
En el campo internacional la Primera Guerra Mundial constituyó un hecho trascendental, posicionando a Estados Unidos como nuestro principal inversor e interlocutor comercial, nuestro “socio mayor”. Digámoslo claramente: la oligarquía criolla agachó cabeza ante la política intervencionista e imperialista de su “soberano”.
La defensa del “progreso dentro de la tradición”
Los años Veinte comienzan siendo presidente Marco Fidel Suárez. Colombia vivía bajo la hegemonía conservadora desde 1885 en donde la censura de prensa y la restricción a los derechos individuales eran el pan cotidiano.
Aunque la formación del primer partido socialista en 1919 había preocupado al gobierno y a la iglesia católica, éstos lo vieron como un grupo exótico y efímero.
Pero en el período del presidente Pedro Nel Ospina, 1922 a 1926, toma inusitada fuerza el debate sobre las reivindicaciones sociales, y las élites conservadoras y los medios de comunicación se refieren con creciente alerta a las ideas socialistas como “ideas peligrosas”.
Esta percepción se volvió paranoia a partir de 1926 con la fundación del Partido Socialista Revolucionario, año en que fue elegido el político conservador Abadía Méndez para el período presidencial que iría hasta 1930, siendo el único candidato en contienda.
Su gobierno acoge la teoría de la “guerra interior” desarrollada por la escuela militar chilena[3] y no pocos oficiales la asumen, entre ellos el Ministro de Guerra, Ignacio Rengifo, que decía:
“Aquellas manifestaciones colectivas de los trabajadores y obreros, efecto deplorable de la criminal propagación de tan monstruosas ideas, [REFIFIEENDOSE A LAS IDEAS DEL PARTIDO SOCIALISTA…] rayanas en asonadas, en tumulto y aun en sedición, […] con el fin o con el pretexto de hacer exigencias o de imponer condiciones a los patronos de las empresas públicas o particulares […]no pueden llamarse huelgas en la mayor parte de los casos ni ser consideradas como tales en la acepción legal de ese vocablo, sino como verdaderos movimientos o actitudes subversivas y de carácter revolucionario”[4].
Estas palabras recuerdan las del General Camacho Leyva, Ministro de Defensa, entre 1978 y 1982, del tristemente no célebre gobierno de Turbay Ayala.
En 1927 la tensión aumentó considerablemente y el gobierno condena la movilización obrera y social “azuzada por la propaganda bolchevique” y en los círculos de poder va ganando espacio la idea de que el desafío que había representado el liberalismo para el establecimiento conservador, cuyo punto más álgido fue la “Guerra de los Mil días”, era ahora desplazado por el socialismo.
A tal punto que un editorial del diario El Nuevo Tiempo, el más influyente periódico conservador de la época, describe la situación así[5]:
“Acostumbrados los conservadores a ver en el liberalismo el único enemigo del régimen actual, hemos olvidado escrutar el horizonte político para descubrir que el antiguo adversario ya no existe y que de sus cenizas ha surgido otro rival joven y poderoso, listo para librar combates que –si no abrimos el ojo- fácilmente pueden dar en tierra con este régimen de libertad dentro del orden, y de progreso dentro de la tradición, que hemos establecido a costa de tantos sacrificios”. Y terminaba diciendo: “EL COMUNISMO, HE AHÍ EL ENEMIGO”.
Este pronunciamiento también hace pensar que cualquier parecido hoy en día con el discurso de la derecha radical colombiana, asustando a la opinión pública con el fantasma del castro-chavismo, no es pura coincidencia.
El nuevo ciclo de conflictividad obrera llevó al presidente Abadía Méndez a solicitar al Congreso medidas “extraordinarias” y es así como en octubre de 1928 se expide la “Ley Heroica” para impedir que la ola huelguista creciera y “evitar la expansión de las ideas socialistas, comunistas y anarquistas”.
Esta ley inspiraría en buena parte el Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala, bajo el cual tuvieron lugar numerosos consejos verbales de guerra a civiles, que miles de colombianos vivimos en carne propia.
En este ambiente de cuasi pánico que invade la hegemonía conservadora, se produce La Huelga de las Bananeras dos meses después.
El Liberalismo en crisis
Mientras los conservadores se unían en la defensa de la tradición y el orden, el liberalismo se dividió nuevamente, acentuando su debilidad y crisis interna. Un sector consideró necesario mantener una postura intermedia frente a la polarización. Otro sector liderado por Benjamín Herrera consideraba que esta línea llevaba a la parálisis del partido.
Numerosos espíritus juveniles y algunos miembros históricos del partido liberal se inclinaron entonces hacia el socialismo. Desde 1921 el conocido cronista José Vicente Combariza y el poeta Luis Tejada, muestran sus simpatías por los socialistas en sus artículos en El Espectador. La tesis de grado de Jorge Eliécer Gaitán en 1924 titulada las “Ideas socialistas en Colombia” evidencia también la atracción que ejercían estas ideas en los jóvenes liberales. Y Baldomero Sanín Cano, una de las figuras más representativas de la tradición liberal, anunciaba su acercamiento al ideario socialista[6].
El acenso del socialismo hizo ver entonces al liberalismo la necesidad de su renovación. En efecto, en las convenciones celebradas en Ibagué en 1922 y en Medellín en 1924, el Partido Liberal incorporó varias tesis del programa socialista de 1919. Sin embargo, a partir de 1925 la conflictividad obrera y social sobrepasó las propuestas del liberalismo y un significativo contingente de liberales asume posturas socialistas.
Es el caso de Felipe Lleras que en 1927 crea el diario Ruy Blas que se constituye en el vocero socialista del liberalismo radical. También en 1928 aparece la Página de la Juventud Socialista del diario liberal El Nacional[7]. Y Alfonso López Pumarejo en carta pública de ese mismo año, dice: “Uribe Márquez, Torres Giraldo y María Cano, adelantan la organización de un nuevo partido político, que lleva trazas de poner en jaque al régimen conservador”[8].
Un nuevo REFERENTE para los socialistas
En efecto, en la década del Veinte los socialistas desarrollan por primera vez en el escenario nacional una intensa actividad proselitista, con marcado acento anti-capitalista y anti-imperialista, multiplicando los círculos de estudio, promoviendo la organización obrera y popular, y organizándose como partido.
La revolución rusa abrió a los socialistas latinoamericanos un nuevo referente, al fin y al cabo se trataba de una revolución triunfante en un país-continente. Los imaginarios sobre la experiencia bolchevique modificaron su concepción sobre el modelo de sociedad que querían alcanzar, al igual que su estrategia de lucha y su lenguaje.
Algo parecido sucedió en los años 60 y 70 del siglo XX, con la lectura que hicieron muchos grupos de izquierda de las revoluciones cubana y china, llevándolos a buscar alternativas diferentes.
Puede decirse que la década del Veinte vio surgir la Izquierda en Colombia. Se trató de un proceso marcado por intensos debates y fuertes tensiones que se inicia con la fundación del Partido Socialista en 1919, pasa por la Conferencia Socialista de 1924, sigue en 1925 con el congreso de la Confederación Obrera Nacional (CON) y al año siguiente, en 1926, con la fundación del Partido Socialista Revolucionario. Pero en el congreso de 1930 los socialistas que abogan por una visión socialista propia quedan en minoría frente a los que deciden llamarse partido comunista y acatar las instrucciones de la Internacional Comunista de orientación estalinista[9].
Este proceso de radicalización progresiva del proyecto socialista inicial, llevó a un sector de socialistas a retirarse de la vida política y sindical, otro más siguió su lucha desde las filas del partido comunista, y un tercer sector ingresó o regresó al liberalismo, el cual ganó las elecciones con Olaya Herrera, poniendo fin a 45 años de hegemonía conservadora, dado el desgaste del gobierno de Abadía Méndez creado en gran parte por la masacre de la huelga de las Bananeras en diciembre de 1928.
[1] Movimiento liberal radical, 1886, por la educación laica, la libertad de prensa, culto y asociación.
[2] Movimiento de protesta de los obreros metalúrgicos en 1919.
[3] María Tila Uribe. Los años escondidos. Sueños y Rebeldías en la década del veinte.
[4] César Miguel Torres del Rio. Colombia Siglo XX, 2010.
[5] “Ante los peligros del comunismo” El Nuevo Tiempo, [Bogotá] feb, 13. 1927.
[6] “Curioso Impertinente” Baldomero Sanín Cano. El Espectador. [Bogotá] nov. 20, 1924.
[7] Andrés Caro. Marx, marxistas y socialistas. Tesis de grado de Maestría en Historia. UNal, 2017.
[8] El Tiempo, abril 26 de 1928.
[9] “Liquidando El Pasado, la izquierda colombiana en los archivos de la Unión Soviética”. Autores: Klaus Meschkat y José María Rojas.