La desinformación no sólo es difundir información falsa, sino también información sesgada que sólo presenta un ángulo de los hechos. ¿Hasta dónde va la soberanía de un país cuando ésta conlleva una amenaza para otro país? ¿Hasta dónde va el derecho de un país a protegerse acabando con la soberanía de otro país? Se requiere una solución que garantice la soberanía de Ucrania pero también la seguridad de Rusia. Un acuerdo que atienda las legítimas preocupaciones de las partes en el marco del Derecho Internacional y la Carta de Naciones Unidas.
Por Mauricio Trujillo Uribe
05 de marzo de 2022
La desinformación no sólo es difundir información falsa, sino también información sesgada que sólo presenta un ángulo de los hechos. Cuando el titular de la primera página de un conocido periódico colombiano dice “Su sueño [el de Putin] de reconstruir la Rusia imperial pone al mundo frente a la posibilidad de una guerra a gran escala”, esta afirmación conlleva una simplificación burda de las causas de la invasión rusa a Ucrania, abiertamente violatoria de los principios consignados en la Carta de Naciones Unidas, de la que Rusia es firmante.
Cierto, en la decisión de Putin cuenta el sentimiento de que Ucrania fue parte de Rusia antes de 1918, hasta cuando el régimen de Lenin cedió ese extenso territorio a los imperios alemán y austro-húngaro. Cierto, en la “operación militar especial” que comenzó el 24 de febrero pasado también juega la personalidad de Putin, “halcón” de la KGB, la agencia post-URSS de inteligencia y seguridad del Estado. Sin embargo, la causa de fondo de la invasión tiene que ver con el riesgo que, desde la perspectiva de Moscú, implica para la seguridad de la Federación Rusa el hecho de que Ucrania, país con el que comparte 2995 kilómetros de frontera, ingrese a la OTAN.
Recordemos que la Organización del Tratado del Atlántico Norte es una alianza militar de 29 países y que en las últimas décadas Estados Unidos ha promovido activamente una política de ampliación de las fronteras de la OTAN mediante la adhesión de países del este de Europa, geográficamente próximos o vecinos de Rusia. A pesar de que en 1991, cuando la disolución de la URSS estaba sobre la mesa, George Bush padre y Mijaíl Gorbachov acordaron que la OTAN “no se movería una pulgada hacia el Este”, algunos años después Polonia, Checoslovaquia y Hungría ingresaron a la OTAN y luego otros siete países más. Paulatinamente, en varios de ellos se han instalado misiles y armas que Rusia considera una amenaza para su seguridad.
Con el golpe de estado al presidente Yanukovich en el 2014, subió en Kiev un régimen pro-occidental que ha demostrado profusamente su hostilidad al régimen de Moscú, tanto más después de la anexión de Crimea. Su actual jefe de gobierno, Zelenski, proclamó su intención de solicitar que Ucrania entre a la OTAN, propósito que Putin rechazó vehementemente y adelantó gestiones diplomáticas con Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN, buscando que tal adhesión no fuese viable y advirtiendo sobre lo que podía pasar. No consiguió un compromiso al respecto, por el contrario, el presidente Biden y el primer ministro de Inglaterra, entre otros dignatarios, anunciaron que era un derecho soberano de Ucrania su ingreso a la OTAN. La ideología, los intereses, la soberbia y la apuesta, asomaron la cara de lado y lado.
La primera respuesta de Putin fue el reconocimiento de Donestk y Lugansk como repúblicas independientes, dos regiones al este de Ucrania, frontera con Rusia, alegando además el incumplimiento de los acuerdos de Minsk para poner fin a la guerra en esa región. En esos territorios Kiev ha adelantado en los últimos 14 años una política de exclusión y represión de las minorías rusas, y el ejército ucraniano, junto con bandas paramilitares xenófobas, han perseguido y eliminado a simpatizantes y grupos independentistas pro-rusos. El siguiente paso fue la invasión brutal e inaceptable que hoy la mayoría del mundo condena y rechaza.
Sin embargo, la información nos llega con doble rasero, salvo en contados medios. Cuando en los años 60, Estados Unidos no permitió que Rusia instalara misiles en Cuba en razón del peligro que ello representaba para su seguridad, entonces se aplaudió su actitud porque se trataba del derecho que tenía ese país de protegerse, incluso desatando una guerra si fuese necesaria, la cual afortunadamente no ocurrió porque Rusia dio marcha atrás. Ahora la historia se repite pero a la inversa y las noticias nos traen de nuevo un sólo ángulo, el pro-norteamericano y occidental.
Nada justifica la pérdida de vidas humanas. La asamblea de la ONU ha aprobado una resolución no vinculante que exige a Rusia detener su “operación militar”. No es la primera vez que Moscú invade otro país, como también, incluso aún más, lo ha hecho Estados Unidos a lo largo de toda su historia. ¿Hasta dónde va la soberanía de un país cuando ésta conlleva una amenaza para otro país? ¿Hasta dónde va el derecho de un país a protegerse acabando con la soberanía de otro país? Se requiere una solución que garantice la soberanía de Ucrania pero también la seguridad de Rusia. Un acuerdo que atienda las legítimas preocupaciones de las partes en el marco del Derecho Internacional y la Carta de Naciones Unidas.