Boris Spassky el caballero del ajedrez

Por Mauricio Trujillo Uribe

Boris Spassky, el gran maestro del ajedrez, ha dejado este mundo a los 88 años, el pasado 27 de febrero, pero su legado sigue vivo en la memoria de los aficionados al juego ciencia. Su nombre estará para siempre ligado a una derrota que trascendió lo deportivo: el legendario «partido del siglo» contra Bobby Fischer en 1972. Sin embargo, su historia es mucho más que ese enfrentamiento.

Spassky nació en 1937 en Leningrado (actual San Petesburgo), en plena Unión Soviética, en una época de privaciones y conflictos. Su infancia estuvo marcada por la guerra y el desplazamiento. Cuenta la leyenda que aprendió a jugar ajedrez en un tren ametrallado por la aviación enemiga mientras huía con su hermano mayor. Otra versión más prosaica dice que fue en un orfanato donde encontró las piezas de madera que marcarían su destino.

Desde joven, su talento lo colocó entre los grandes. Se formó en el Palacio de los Pioneros de su ciudad natal y, a los 18 años, ya ostentaba el título de gran maestro. Fue en 1966 cuando tuvo su primera oportunidad de alcanzar el campeonato mundial, pero cayó ante el sólido Tigran Petrosián, conocido por su estilo defensivo y su capacidad para sofocar a sus rivales. Sin embargo, tres años después, en 1969, Spassky volvió a desafiar a Petrosián y esta vez logró vencerlo, coronándose como el décimo campeón mundial de ajedrez.

Pero su reinado fue efímero. En 1972, en Reikiavik, Islandia, se midió con un adversario diferente a todos los anteriores: Bobby Fischer, un genio incontrolable, errático y obsesivo. El encuentro estuvo rodeado de tensiones políticas, filtraciones, desplantes y peticiones insólitas del estadounidense. Fischer perdió la primera partida por un grave error y no se presentó a la segunda en protesta por la filmación del torneo. Spassky, demostrando su generosidad, aceptó continuar bajo las condiciones impuestas por su rival, un gesto que, según algunos, selló su derrota psicológica. Fischer se impuso y se llevó el título, dejando a Spassky en la historia como el gran perdedor de una de las confrontaciones más memorables del ajedrez.

A pesar de que el partido fue visto como una confrontación simbólica de la Guerra Fría, la realidad era distinta. Spassky nunca fue miembro del Partido Comunista y, por su parte, Fischer no representaba a los Estados Unidos ni jugaba en nombre de su país, sino por su propio interés. No obstante, el mundo entero interpretó la partida como un enfrentamiento entre las dos potencias rivales, la URSS y EE. UU., a través del ajedrez. La prensa y los analistas políticos se encargaron de consolidar esta narrativa, convirtiendo el duelo en una de las batallas ideológicas más icónicas del siglo XX.

Tras esa derrota, Spassky nunca fue el mismo. A pesar de seguir cosechando victorias y representar a la Unión Soviética en competencias internacionales, su estrella comenzó a declinar. En 1976, decidió dejar la URSS y establecerse en Francia, donde adquirió la nacionalidad francesa. A pesar de haber cambiado de país, nunca perdió el aura de maestro soviético, con su porte elegante y su mirada profunda, capaz de leer el juego más allá de las piezas.

En sus últimos años, su vida estuvo marcada por problemas de salud. Dos accidentes cerebrovasculares lo debilitaron, y en 2012, regresó a Rusia en circunstancias poco claras. Algunos sugirieron que fue llevado en contra de su voluntad. Su físico deteriorado contrastaba con la imagen imponente que había proyectado en sus mejores días. Pero para los amantes del ajedrez, Spassky siempre será el caballero del tablero, el hombre que pudo ganar mucho más de lo que perdió, y cuya derrota más sonada le garantizó un lugar eterno en la historia.

A pesar de haber sido eclipsado por Fischer en la memoria colectiva, el legado de Spassky sigue vigente en el mundo del ajedrez. Sus partidas son estudiadas por jugadores de todas las generaciones, y su enfoque elegante y creativo del juego sigue inspirando a quienes buscan perfeccionarse en este arte milenario. Aunque su nombre estará para siempre ligado a una derrota, su trayectoria demuestra que el ajedrez, al igual que la vida, no se mide solo en victorias y derrotas, sino en la riqueza del camino recorrido.

01 de marzo de 2025

Foto: EUROPEAN CHESS UNION