Cien años: Imaginarios sobre la revolución rusa en Colombia en la década del Veinte y su impacto en la historia del país.

Este relato tiene como propósito recorrer los imaginarios que sobre la Revolución de Octubre construyeron los principales actores políticos en Colombia en los años Veinte, y cómo esos imaginarios impactaron la contienda política de esa década y siguientes. Es un decenio marcado por una creciente polarización política en donde el conflicto liberal-conservador cede su lugar central al enfrentamiento entre el establecimiento conservador y el movimiento socialista que surge con fuerza en esos años. 


Mauricio Trujillo Uribe 
17 de octubre de 2017 

Contexto 
En la década del Veinte, Colombia era un país en movimiento con una economía cafetera en ascenso, importantes explotaciones de petróleo, minas de oro, carbón y sal, extensas plantaciones de banano, tabaco y cacao, obras en infraestructura vial y líneas de ferrocarril en construcción, expansión del crédito e incremento del comercio internacional, y reformas en la organización de la cosa pública (Banco de la República, Hacienda, Contraloría, Banco Agrícola y Educación). Lo anterior auspiciado en buena parte por los empréstitos externos y el pago de la “indemnización” por el rapto de Panamá.

Es un período en el que llegan al país nuevas tecnologías como la radio, el alumbrado urbano, el tranvía movido por electricidad, los primeros aviones, también de importación de maquinaria nueva para la producción y un mayor uso de carros a motor.

Todo ello propició cierto grado de migración hacia las ciudades y crecimiento urbano, y contribuyó a un proceso de industrialización y consolidación del mercado nacional. Se produjo una cierta modernización capitalista, que a su vez conllevó el nacimiento e impulso de la clase obrera y la incorporación de un número importante de mujeres al trabajo asalariado, en medio de significativos cambios en las costumbres sociales.

Es también una época muy agitada en lo social y político, caracterizada por enormes diferencias sociales e inequidades, explotación extrema en el campo, miseria y exclusión de las mayorías, ignorancia y atraso educativo, y signada por la incompetencia y la corrupción en el manejo del Estado. Panorama que hoy en día, cien años después, ha evolucionado pero sigue presente bajo otras formas y características. 

Los sucesivos gobiernos de la hegemonía conservadora reprimieron de manera sistemática las incipientes huelgas, las manifestaciones estudiantiles y los movimientos sociales en general, como también cerraban los ojos ante la coacción y abuso de los patronos, en particular de las empresa norteamericanas, pasando por encima incluso de la exigua legislación existente en materia laboral.

Es un decenio marcado por una creciente polarización y radicalización política en donde el conflicto liberal-conservador cede su lugar central al enfrentamiento entre el establecimiento conservador y el movimiento socialista que surge con fuerza en esos años. Fue un período en el que las disputas internas de los conservadores, las dificultades del partido liberal y la emergencia del socialismo, dieron nuevos y trascendentales giros al panorama político nacional.

En el campo internacional, la Primera Guerra Mundial, 1914 a 1918, constituyó un hecho trascendental que introdujo nuevos referentes al país y a la clase dirigente, posicionando a Estados Unidos como nuestro “socio mayor” en las relaciones de mercado y como nuestro interlocutor «soberano» en lo político.

Los conservadores y la defensa de la civilización cristiana
Los años Veinte comienzan siendo presidente Marco Fidel Suárez, 1918 a 1921. Colombia vivía bajo la hegemonía conservadora desde 1885 en donde la censura de prensa y la restricción a los derechos individuales eran pan cotidiano.

La prevención a las ideas emancipadoras en Colombia fue incubada en el siglo XIX como rechazo a las reformas liberales y al socialismo romántico que alcanzó cierta repercusión con las revoluciones europeas de 1848 y los ecos locales de la comuna de Paris de 1871. La aparición de la “cuestión social” a comienzos del siglo XX unida al emergente movimiento obrero, había puesto en alerta a las élites conservadoras.

Las noticias sobre la revolución rusa de octubre de 1917, significaron entonces un gran desafío para el gobierno y la iglesia católica. En particular, las alarmas por posibles movimientos bolcheviques en Suramérica se prendieron luego de los sucesos del Trienio Rojo en Buenos Aires en 1919. “La Rusia de los remotos Urales y de la Siberia desolada, duerme en el Altiplano andino, pero vive y despertará (…) Cuidado que ya está abierta la matrícula en nuestra escuela de soviets y los alumnos progresan” [1] escribía en 1920 el expresidente conservador republicano Carlos E. Restrepo refiriéndose al riesgo de las ideas bolcheviques en Colombia.

En efecto, la revolución rusa agregaría un nuevo elemento que pronto convertiría el temor del establecimiento en paranoia. Aunque la formación del primer partido socialista en 1919 había preocupado a conservadores y liberales, para unos y otros se trataba de un grupo de carácter exótico, y efímero, frente a la realidad nacional. Pero en el período del presidente Pedro Nel Ospina, 1922 a 1926, toma inusitada fuerza el debate sobre las reivindicaciones sociales bajo el prisma de los sucesos de Rusia. El gobierno, las élites conservadoras y los medios de comunicación se refieren con creciente inquietud a las ideas socialistas y comunistas como “ideas peligrosas”, y sus señalamientos van acompañados de graves y conflictivas noticias, encaminadas a propiciar miedo sobre la Rusia de Lenin y las medidas contra la propiedad y la religión.

Esta percepción de riesgo para el establecimiento y el orden establecido se acentuó a partir de 1926 con la aparición del Partido Socialista Revolucionario, año en que fue elegido el político conservador Abadía Méndez para el período presidencial 1926-1930, siendo el único candidato en contienda. Su gobierno acoge la teoría de la “guerra interior” desarrollada por la escuela militar chilena de inspiración prusiana, a la que eran enviados a cursos de formación algunos altos militares colombianos: “Por ese entonces, la idea de hacerse militar para defender las fronteras empezó a quedar atrás… para dar paso a la nueva mentalidad, acorde con la convulsionada situación colombiana… y no pocos oficiales estaban en esa línea de cambio, entre ellos el Ministro de Guerra Ignacio Rengifo” [2].

“Aquellas manifestaciones colectivas, efecto deplorable de la criminal propagación de tan monstruosas ideas, casi siempre bullangueras, rayanas en asonadas, en tumulto y aun en sedición, […] con el fin o con el pretexto de hacer exigencias o de imponer condiciones a los patronos de las empresas públicas o particulares […] en la mayor parte de los casos no pueden llamarse huelgas ni ser consideradas como tales en la acepción legal de ese vocablo, sino como verdaderos movimientos o actitudes subversivas y de carácter revolucionario” [3], decía ese mismo ministro refiriéndose a las ideas socialistas y comunistas, quien nombra al general Carlos Cortés Vargas,  que luego dirigirá la Masacre de las Bananeras el 06 de diciembre de 1928.

En 1927 la tensión aumentó considerablemente, el gobierno condena y alerta sobre la movilización obrera y social “azuzada por la propaganda bolchevique” [4] y en los círculos de poder va ganando espacio la idea de que el desafío que había representado el liberalismo para el establecimiento conservador, cuyo punto más álgido fue la “Guerra de los mil días” a comienzos de siglo, era ahora desplazado por el socialismo, a tal punto que un editorial del diario El Nuevo Tiempo, el más influyente periódico conservador de la época, describe la situación de esta manera:

“Acostumbrados los conservadores a ver en el liberalismo el único enemigo del régimen actual, hemos olvidado escrutar el horizonte político para descubrir que el antiguo adversario ya no existe y que de sus cenizas ha surgido otro rival joven y poderoso, armado de nuevas armas y listo para librar combates que –si no abrimos el ojo- fácilmente pueden dar en tierra con ese régimen de libertad dentro del orden, y de progreso dentro de la tradición, que hemos establecido a costa de tantos sacrificios. Cuando menos lo hemos pensado, el comunismo ha hecho su irrupción violenta en la república presentándose como el verdadero enemigo de las instituciones cristianas (…) “EL COMUNISMO HE AHÍ EL ENEMIGO” debería de ser el santo y seña de los conservadores colombianos en esta hora solemne” [5].

Cualquier parecido con el discurso de la derecha radical y la extrema derecha en Colombia, cobijada bajo el nombre genérico de «uribismo», frente a los acuerdos de paz, en estas primeras décadas del siglo XXI, no es pura coincidencia.

Al tiempo que la agitación social se extendía en el país, los llamamientos anticomunistas eran más directos. Frente a la huelga de los obreros petroleros de la Tropical Oil Company en Barrancabermeja en enero de 1927, la prensa conservadora decía: “Es necesario intervenir enérgicamente para acabar con esas huelgas que hacen cada seis meses los que con la bandera soviética explotan al pueblo” [6].

De la misma forma en ese año algunos articulistas ponían al comunismo como el enemigo principal y llamaban a conservadores y liberales a unirse sin distingos: “Para cooperar en esta verdadera obra de defensa social no es necesario ser conservador o liberal: basta con amar a la república y la libertad, que quedan amenazadas de muerte si el comunismo llega a prosperar. Es la necesidad apremiante que todos los buenos ciudadanos, los sostenedores del orden social contra las tendencias disolventes de espíritus extraviados, los amigos de la paz pública y partidarios del derecho de la propiedad privada, (…) la familia, se unan para presentar un frente único que haga fracasar los planes siniestros de quienes aspiran a introducir en Colombia las prácticas sanguinarias que arruinaron a Rusia y la convirtieron en el escarnio de la humanidad” [7].

Por su parte, la iglesia católica fue soporte esencial de la política de los gobiernos conservadores contra las ideas socialistas y comunistas que anunciaban el derrumbe del mundo tradicional. Inició una batalla contra la prensa artesanal, liberal y socialista, y desde temprano despliega una campaña de excomunión para aquellos que en los diarios expresaran críticas a la doctrina de la iglesia.

Aunque la Conferencia Episcopal Colombiana de 1927 reitera los principios sociales de la encíclica Rerum Novarum promulgada en 1891 por León XIII frente a la situación de miseria humana y explotación inhumana de los obreros y las clases trabajadoras, a su vez declara: “Reprobamos y condenamos los errores propalados y sostenidos de diversas formas por socialistas y comunistas”.  

Se exhorta a los obreros a “Respetar a sus patronos conforme el cuarto mandamiento de la ley de Dios, y cumplir en conciencia las obligaciones a que se hayan comprometido por contrato expreso y tácito; que no se dejen seducir de los muchos errores que difunden hoy los socialistas y comunistas, especialmente contra el derechos de propiedad, haciendo creer al pueblo que pueden adueñarse de lo ajeno por vías de hecho u otro medios ilícitos” [8].

El contrapunto de la iglesia con las ideas socialistas en Colombia se vio claramente expresado con la publicación en 1928 del folleto Frente al comunismo del presbítero Carlos Alberto Lleras Acosta [9], como respuesta a Tomás Uribe Márquez, cofundador y secretario general del Partido Socialista Revolucionario -PSR, quien explicaba los propósitos centrales del socialismo [10].

En este ambiente sicológico, el nuevo ciclo de conflictividad obrera llevó a Abadía Méndez a solicitar al Congreso de la República medidas “extraordinarias”: en octubre de 1928 se expide la “Ley Heroica” para impedir que la ola huelguista creciera y “evitar la expansión de las ideas socialistas, comunistas y anarquistas”. A su vez, Ignacio Rengifo alerta sobre un plan insurreccional dirigido por el PSR y la prensa conservadora afirma que el plan dirigido por los “representantes bolcheviques” es inminente [11].

El gobierno reprime entonces las actividades sindicales y socialistas, como ocurrió con la Huelga de las Bananeras en noviembre de 1928 y el encarcelamiento y consejos de guerra de los principales líderes del PSR en 1929, que en su momento fueron defendidos por el joven abogado Jorge Eliécer Gaitán. Esta ley, que posteriormente inspiraría en buena parte el Estatuto de Seguridad del presidente Turbay Ayala a finales de los años 70, restringía aún más la libertad de prensa y las libertades políticas y ciudadanas, ilegalizaba el socialismo, autorizaba las cortes marciales a civiles y perseguía cualquier manifestación de protesta o que atentara contra el orden público.

La disyuntiva sobre cómo resolver la “cuestión social” a través de cambios graduales que no alterasen el orden ni los privilegios, de un lado, y la aplicación de medidas de fuerza que suprimieran los movimientos de protesta, del otro, acompañó a los conservadores durante toda la década, primando de lejos ésta última opción sobre la primera. La agitación sindical y social que alcanzó proporciones nunca vistas antes en Colombia, junto con la profusa circulación de impresos “rojos” y la multiplicación de grupos de estudio, comités y asambleas de vocación socialista, produjeron la reacción atemorizada de las élites, que vieron en el intelectual, el obrero, el trabajador, el campesino, el indígena, en fin, en el ciudadano que protestaba y se movilizaba, un enemigo de la sociedad.

Liberales ante la revolución rusa
Mientras los conservadores concordaban en la defensa de la tradición, el liberalismo se dividió nuevamente, acentuando su debilidad. De un lado, un sector partidario de no romper totalmente con el régimen conservador consideró necesario mantener una postura intermedia frente a la polarización que caracterizaba el enfrentamiento entre aquel y los socialistas. De otro lado, destacados dirigentes liberales liderados por el General Benjamín Herrera cuestionaban esta política por considerar que llevaba a la parálisis del partido.

Numerosos espíritus juveniles y algunos miembros históricos del partido se inclinaron entonces hacia el socialismo. Desde 1921 el joven boyacense liberal José Vicente Combariza (José Mar), en sus artículos y editoriales en El Espectador muestra sus simpatías por Lenin y la Revolución Rusa, que compartía con su amigo y poeta Luis Tejada [12]. La tesis de grado de Jorge Eliécer Gaitán en 1924 titulada las “Ideas socialistas en Colombia” evidencia también la atracción que en ese momento ejercían las ideas socialistas en los jóvenes liberales.

Baldomero Sanín Cano, una de las figuras más representativas de la tradición liberal en términos filosóficos, anunciaba en 1924 sus acercamiento al ideario socialista y decía sobre la revolución rusa que ésta había sido el único esfuerzo por “salvar la civilización” después de la primera guerra mundial y afirmaba “Sólo ese pueblo parece tener hoy en el mundo una verdadera visión del porvenir” [13].

El acenso del socialismo percató entonces al liberalismo de la necesidad de su transformación interna. La candidatura liberal de Benjamín Herrera en 1922 era favorable a la inclusión de algunas ideas socialistas en la agenda del liberalismo, y contó con el respaldo en las urnas del primer Partido Socialista fundado en 1919.

En efecto, durante las convenciones liberales celebradas en Ibagué en 1922 y en Medellín en 1924, el Partido Liberal incorporó varias tesis del programa socialista. Cabe destacar que algunos historiadores consideran que ello estuvo más relacionado con no perder la masa electoral que migraba hacia las toldas del socialismo [14].

Sin embargo, a partir de 1925 esta situación cambió pues la conflictividad obrera y social sobrepasó en gran parte las propuestas del liberalismo y un significativo contingente de jóvenes de tradición liberal asume posturas por el socialismo. Es el caso de Felipe Lleras: luego de dirigir la revista Los Nuevos, ingresa al PSR sin renunciar a sus vínculos con el liberalismo y en 1927 crea el diario Ruy Blas que se constituye en el vocero socialista del liberalismo radical.

A mediados de 1928 un grupo de jóvenes universitarios que pertenecía al partido liberal firmó un manifestó de unidad y adhesión al PSR. Y en el mes de septiembre aparece la Página de la Juventud Socialista del diario liberal El Nacional, que expresa la simpatía de los jóvenes por la revolución rusa [15].

En un editorial elaborado para esa página en 1928, Roberto García-Peña caracterizaba la situación actual del país y las leyes contra las libertades públicas como una situación similar a la que vivía Rusia con el Zarismo, y como el pueblo debía prepararse para la futura insurrección [16]. Y Alfonso López Pumarejo en una carta pública termina diciendo: “Uribe Márquez, Torres Giraldo y María Cano adelantan la organización de un nuevo partido político, que lleva trazas de poner en jaque al régimen conservador” [17].

En abril de 1928, cuando en el país ya se hablaba de los socialistas por doquier, un importante miembro de la Generación del Centenario, Armado Solano, confirma su salida del partido liberal y su ingreso al PSR. Justificaba su decisión diciendo “El socialismo procura hoy la realización de la tesis y de los anhelos que el liberalismo encarnaba y defendió en los campos de la polémica y de la muerte”. Poco después, el rechazo a la Ley Heroica en 1928, la política petrolera del gobierno y el aumento de la conflictividad sindical, llevaron a un grupo de liberales a respaldar las propuestas del PSR.

Muchos de estos liberales se inclinaron por el socialismo identificándose con una noción de justicia e igualdad que encontraban en su imaginario sobre la Revolución Rusa. Ello no significaba su adhesión a todos los componentes de la revolución rusa y en no pocos casos su viraje obedecía más a la crisis del liberalismo y a la imposibilidad del partido de encarar los desafíos de la nación. Fue un período en que el liberalismo tomó banderas socialistas y vio también a un cierto número de los suyos pasar al movimiento socialista.

La revolución rusa un nuevo horizonte para los socialistas
En esta década los socialistas desarrollan por primera vez una intensa actividad proselitista con marcado acento anti-capitalista y anti-imperialista, multiplicando los círculos de estudio, promoviendo la organización obrera y popular, y organizándose en partido. Al lado de la confrontación liberal-conservador que había caracterizado la historia política colombiana desde el siglo anterior, irrumpe y se desarrolla el enfrentamiento entre el establecimiento conservador y los socialistas, alcanzando lugar principal durante varios años.

La revolución rusa abrió a los socialistas colombianos un nuevo horizonte de esperanzas, expectativas e interrogantes. A su vez, promovió en los círculos socialistas la lectura de los textos de Marx y otros teóricos revolucionarios, antes reservada a unos pocos intelectuales. Las noticias llegaban a través de cables, prensa, folletos y libros, y de algunos pocos que tenían la oportunidad de viajar a Europa. La idealización, rayana en la sublimación, sobre lo que ocurría en Rusia, ignorando o desconociendo la realidad del régimen autoritario que allí se estaba incubando, que más tarde llegaría al terrorismo de Estado bajo Stalin, se puso al orden del día.    

Los imaginarios sobre la experiencia bolchevique modificaron la visión (y el lenguaje) de los socialistas acerca del modelo de sociedad que querían alcanzar, en un período en el que “se agudizaron las luchas campesinas e indígenas por la toma de tierras; tuvieron auge las primeras organizaciones sindicales; estallaron las huelgas como formas novedosas de lucha y sobrevino el desarrollo de acontecimientos que jalonarían muchas luchas futuras” [18].

Frente a la ausencia de diálogo del gobierno, la represión brutal de la policía y el ejército, la intransigencia de las élites y la inmovilidad del establecimiento, esos imaginarios sobre el proceso revolucionario ruso también modificaron su estrategia de lucha. En un tiempo relativamente corto, el proyecto insurreccional va tomando cuerpo en las cabezas de la dirigencia socialista. Algo similar sucedió a finales de los años 60 y 70 del siglo XX con la lectura que hicimos algunos grupos y activistas de izquierda sobre las revoluciones cubana y china, la guerra del Vietnam y la gesta del Ché Guevara, entre otros factores, influyendo en nuestra visión de la sociedad y los posibles caminos del cambio, llevándonos a buscar alternativas por la vía rebelde.

Sin embargo todo aquello en la década del Veinte no fue lineal, se trató de un proceso marcado por intensos debates y fuertes tensiones que se inicia con la formación del Partido Socialista en 1919, pasa por la creación del Partido Socialista Revolucionario en 1926 y culmina con constitución del Partido Comunista en 1930.

Inicialmente, algunos intelectuales y un sector de trabajadores de Bogotá constituyen el primer partido socialista, independiente de los dos partidos tradicionales, toman las banderas “libertad, igualdad y fraternidad” y plantean la reforma del Estado [19]. Pero en el II congreso del partido socialista realizado en 1921 en Bogotá, un grupo propuso la afiliación de la organización a la III Internacional Comunista, lo cual desató las críticas de los moderados agrupados en el Sindicato Central Obrero de Bogotá [20]. En una carta enviada al diario La República, éstos señalaban que la invasión de libros extranjeros de naturaleza anarquista “bolchevista” y las noticias del triunfo de la revolución rusa, habían producido “una verdadera indigestión de ideas” en algunos militantes [21].

En la conferencia socialista de 1924 se avivaron nuevamente los debates entre, de un lado, la generación de socialistas que emprendieron los primeros esfuerzos por dotar al movimiento obrero de una organización sindical y un partido (que hoy podríamos caracterizar como reformista-revolucionario), y del otro, los jóvenes socialistas radicales, en su mayoría estudiantes universitarios, imbuidos y admirativos de la experiencia de la revolución rusa. Ello dio paso a la disolución del primer partido socialista de Colombia.

En el congreso de la Confederación Obrera Nacional (CON) en noviembre de 1926 que dio como resultado la creación poco después del PSR, se discute sobre el grado de asimilación de la experiencia soviética a la realidad colombiana, el sentido de la internacional comunista (ver a los diferentes partidos nacionales como miembros de un sólo partido mundial) y el carácter y la denominación que debía adquirir el nuevo partido.

El sector liderado por Juan de Dios Romero director del periódico El Socialista y Erasmo Valencia director de Claridad no logró que la nueva organización se llamara Partido Comunista. “Aquello era un impedimento muy grande –decía Carlos Cuéllar Jiménez- los socialistas necesitaban un partido ligado a mucha gente y el nombre comunista asustaba” [22].

La mayoría de los delegados liderados por Tomás Uribe Márquez, María Cano Márquez, Raúl Eduardo Mahecha y otros destacados dirigentes, se identificaban con el Programa del Partido Socialista [23] redactado por el Francisco de Heredia Márquez, que recogía la bandera de los “tres ochos” (8 horas de trabajo, 8 horas de estudio y 8 de descanso) y también planteaba “el ideal es la sociedad comunista” pero tomaba abierta distancia sobre el carácter de la dictadura del proletariado y la aceptación a priori de todos los puntos de la “Internacional de Moscú”, la cual, decían ellos, desconocía la realidad colombiana.

Esta división en el seno de los socialistas se acentuó a finales de 1928 cuando en medio del clima de represión de la Ley Heroica se constituye un Comité de Acción integrado por socialistas y liberales que buscaba, según lo anunciaba la dirección del PSR, unir en una especie de frente único a todas las fuerzas “que se sientan amenazadas con la expedición de la ley liberticida” [24].

En esta ocasión Romero y Valencia delimitan nuevamente campos al oponerse a esa alianza argumentando: “Nosotros nada tenemos que ver con el partido socialista revolucionario de Colombia, porque no somos conservadores, ni liberales, y porque somos partidarios de la revolución social, de la dictadura del proletariado y de la abolición de la propiedad privada (…)” [25]. Este mismo tipo de comportamiento se repetiría en 1948 cuando los dirigentes del partido comunista colombiano se opusieron a las propuestas de Jorge Eliécer Gaitán.

Sin embargo, en la medida en que el ambiente político del país se polarizaba y el gobierno de Abadía Méndez perdía legitimidad luego de la masacre de las bananeras, los dramáticos sucesos del 8 y 9 de junio de 1929 a raíz del movimiento estudiantil, la persecución y cárcel de los dirigentes del PSR, junto con su fuerte desgaste por los problemas económicos y de corrupción, un importante grupo de miembros del partido se va decantando por la necesidad de constituir una organización que se ajustara a las directrices de la Internacional Comunista.

El momento culminante de ese proceso se da en el congreso ampliado del PSR a mediados de 1930 en el que se aprueba la creación del Partido Comunista. La Internacional Comunista exigía partidos monolíticos, marxistas-leninistas, conducidos por la clase obrera, mientras que el PSR era otro tipo de partido.

Esta transformación del proyecto político inicial llevó a un sector de socialistas a retirarse de la vida política y sindical, otro ingresó o regresó al liberalismo, el cual ganó en ese mismo año las elecciones con Olaya Herrera poniendo fin a 45 años de hegemonía conservadora, y otro más siguió su lucha desde las filas del partido comunista.

Impacto de estos imaginarios
Las representaciones que construyeron sobre la revolución rusa los principales actores políticos de los años veinte tuvieron fuertes implicaciones en el curso de la vida nacional de la época y de las décadas siguientes. En la medida en que las movilizaciones de protesta social, los paros de trabajadores y las huelgas de obreros se multiplicaban en el país, unos y otros tomaban como referente las noticias de la revolución bolchevique, actuando en consecuencia en uno u otro sentido.

Los imaginarios sobre la revolución rusa polarizaron a los actores políticos en contienda, las posturas políticas se fueron moviendo en un proceso de creciente radicalización. Fue una época vertiginosa en la que los conservadores acentuaron mucho más su autoritarismo, la juventud y no pocos intelectuales del partido liberal se inclinaron hacia el socialismo democrático (léase socialdemocracia) y los socialistas adoptaron el programa comunista.

La represión y violencia oficial, justificada por la política del miedo (parecido a lo que ocurre hoy con la propaganda del “castro-chavismo”), fueron los vectores de la estrategia de la hegemonía conservadora; a su vez, el deslumbramiento frente a la revolución rusa y la adhesión a las tesis de la Internacional Comunista condujo a los socialistas, ahora comunistas, a un camino infructuoso; y el espejo de la revolución rusa llevó en cierta forma al partido liberal a levantar banderas reformistas que desembocarían en la elección de López Pumarejo como presidente de 1934 a 1938.

La cultura política que produjo los años Veinte sobre la forma de ver al adversario político y relacionarse con él, ya no en el marco del enfrentamiento liberal-conservador sino en la confrontación de un nuevo tipo, ahora entre «comunismo y anti-comunismo», se proyectó en el manejo de la protesta social en las siguientes décadas y en el tratamiento del conflicto interno que se inicia en los años 60. Cultura política de la intransigencia y la pendencia que habita todavía en buena parte en la sociedad colombiana, pero que afortunadamente está cambiando para bien del país y de las generaciones venideras.

Mauricio Trujillo Uribe
17 de octubre de 2017

Agradecimientos
A María Tila Uribe, mi madre, y Edgar Andrés Caro Peralta, por sus aportes.

Fuentes consultadas
[1] “Escuela de Soviets”, El Diario Republicano. [Manizales] feb, 21. 1920.

[2] María Tila Uribe. Los años escondidos. Sueños y Rebeldías en la década del veinte, Ed. Átropos, 2007, 210.

[3] César Miguel Torres del Rio. Colombia Siglo XX, Grupo Editorial Norma, 2010.

[4] “Propaganda bolchevique”, El Nuevo Tiempo, [Bogotá] ene, 5. 1927.

[5] “Ante los peligros del comunismo” El Nuevo Tiempo, [Bogotá] feb, 13. 1927.

[6] El Nuevo Tiempo, [Bogotá] ene, 13. 1927.

[7] “El Comunismo”, El Nuevo Tiempo, [Bogotá] feb, 20. 1927.

[8] Conferencias Episcopales de Colombia. Desde 1908 hasta 1930. Imprenta de la Compañía de Jesús, 1931.

[9] “Frente al comunismo” Unión Colombiana Obrera [Bogotá] oct. 6, 1928. 3.

[10] Tomas Uribe Márquez. Rebeldía y Acción. (Bogotá: Minerva, 1927). Cofundador y Secretario General del Partido Socialista Revolucionario. Siendo joven, Rafael Uribe Uribe, primo hermano de su padre y allegado a su casa, influyó en formación.

[11] “Colombia está al borde de la Revolución Social” La Defensa, [Medellín] ene, 28. 1927.

[12] Luis Tejada Cano (1898-1924) periodista y cronista.

[13] Entrevista de “Curioso Impertinente” con Baldomero Sanín Cano. El Espectador. Suplemento Literario. [Bogotá] nov. 20, 1924.

[14] Gerardo Molina. Las ideas liberales en Colombia 1915-1934. (Bogotá: Tercer Mundo, 1988) 129.

[15] Andrés Caro. Marx, marxistas y socialistas, página 115. Tesis de grado para optar al título de Maestría en Historia. Universidad Nacional de Colombia, 2017.

[16] El Nacional. Página de la Juventud Socialista, sep. 1928.

[17] El Tiempo, abril 26 de 1928.

[18] María Tila Uribe. Los años escondidos. Sueños y Rebeldías en la década del veinte, Ediciones Átropos, 2007, Introducción.

[19] Torres del Río César Miguel, Colombia Siglo XX (Grupo Editorial Norma, marzo 2015)

[20] “Congreso Socialista” Gil Blas, [Bogotá] nov. 13, 1921

[21] Julio Cuadros Caldas, Comunismo criollo y liberalismo autóctono. Tomo II (Bucaramanga: Editorial Marco A. Gómez, 1938) 68.

[22] María Tila Uribe. Los años escondidos. Sueños y Rebeldías en la década del veinte, Ed. Átropos, 2007, 129.

[23] Francisco de Heredia Márquez, Programa del Partido Socialista (Bogotá: 1925) 35-36. Primo hermano de Tomás Uribe Márquez y María Cano Márquez.

[24] “El socialismo provoca la unión de las izquierdas para oponer firme resistencia a la dictadura” Ruy Blas [Bogotá] oct. 6, 1928.

[25] “Sigue la farsa” Claridad [Bogotá] agt. 30, 1928. “Definamos posiciones” El Socialista [Bogotá] sep. 29, 1928.

Otras fuentes:
Relatos escuchados por el autor del artículo a su abuela Enriqueta Jiménez Gaitán sobre Tomás Uribe Márquez, su compañero, y a su madre, María Tila Uribe, hija de esta pareja.


Foto: Libro «Los años Escondidos» de Tila Uribe

Texto que sólo compromete a su autor, de libre difusión, citando la fuente, el autor y publicando fiel copia del mismo